En 2015, Mª Ángeles Carretero, una mujer de 85 años decidió donar una casa a Aldeas Infantiles SOS, para que los niños, niñas, jóvenes y sus familias pudiesen disfrutar allí de sus vacaciones, y volviesen a darle la vida que tuvo cuando ella pasaba los veranos junto a su familia. Un año después, su hermana Margarita hizo lo mismo con un piso que tenía en Granada.
En palabras de Mª Ángeles, nacida en Almería, oftalmóloga y doctora voluntaria durante los veranos en países de África y Latinoamérica: “En esta sociedad se te valora por el dinero que tienes. Aunque cada vez más se está estimando a la gente que vale y no por tener dinero”. Fruto de su convencimiento fue la donación de su chalet en Aguadulce (Almería). “Dejar el chalet me ha dolido en lo afectivo. Cada detalle, cada rincón lo hemos ido haciendo mi marido y yo según crecía la familia. Pero estaba convencida de lo que hacía”.
Al igual que ella, su hermana Margarita, ginecóloga, decidió donar a Aldeas un piso en Granada donde ella y Mª Ángeles estudiaron su carrera de medicina: “Aldeas para mí es paz, alegría, hogar, sonrisas, compromiso, juegos, amor, … me he sentido muy responsable y comprometida con ellos desde que los conocí”.
Ambas aprendieron la solidaridad en su familia, heredándola de su padre, que les dio una carrera a cada una de sus hijas para que pudieran tener un porvenir, pero también les enseñó generosidad repartiendo sus bienes entre las personas que más lo necesitan.
¡Nos vamos a la playa!
Los educadores del Centro de Día de Aldeas en Granada, sin esperármelo, me dijeron que nos íbamos a la playa de Aguadulce (Almería) a pasar unos días. Venían unos cuantos amigos del Centro y lo más sorprendente es que también lo hacían mi papá, mi mamá y mis dos hermanos pequeños. Aunque habíamos ido alguna vez a la playa de Motril y Salobreña a pasar el día, la novedad era que nunca habíamos salido de vacaciones durante una semana.
En mi casa todos estábamos nerviosos y muy ilusionados, mi madre llamaba al educador muchas veces para preguntarle qué debíamos preparar. A mi padre le dijeron que se iba a encargar de la barbacoa, los niños y los educadores de las compras y la organización de la casa, todos teníamos tareas por hacer y había que ser muy responsables para que fuera una semana muy especial.
Nos fuimos en autobús, con los ojos rojos por el sueño, de no haber podido dormir.
Cuando llegamos a la casa de Aguadulce no nos podíamos imaginar lo bonita que era: piscina, césped, pista de tenis, biblioteca y muchas habitaciones. Estábamos tan organizados que todos sabíamos lo que teníamos que hacer.
Los padres se reunieron enseguida para preparar el menú de toda la semana, hablaron también de los horarios para comer, dormir, ir a la piscina y a la playa, ducharse…. También se organizaban los paseos y hasta dónde nos íbamos a comprar un helado, todo estaba preparado.
Desde la piscina, me encantaba ver a mis padres hablar relajadamente, sin discutir, solo charlar.
Mi madre nos echaba protección solar con mucha frecuencia y se quedaba sorprendida cuando entraba en nuestras habitaciones y estaban recogidas y hasta con la cama hecha. Estaba sorprendido hasta yo. Mi padre fregaba los platos y yo le ayudaba mientras mi madre guardaba la comida que había sobrado.
En las asambleas que hacíamos, los educadores nos preguntaban con frecuencia que cómo nos sentíamos y mis padres solo daban las gracias por la semana tan inolvidable que nos habían hecho pasar. A mi padre lo escuchaba decir que podíamos funcionar como un equipo si todos aportábamos y en ocasiones nos comentaba que íbamos a ganar la “champion family” y mi madre alegaba que en casa deberíamos hacer lo mismo.
Por las noches, sentados en el césped nos reuníamos solamente para charlar, nos daban las tantas de la madrugada sólo hablando, contándonos nuestras cosas. Todo era muy relajado y bonito.
Nos lo pasamos genial, especialmente porque vi a mi familia de otra manera, es como si hubiéramos descubierto otra versión de nosotros. Fue inolvidable.
Mi nombre es Mireya y tengo 23 años recién cumplidos. Con apenas 12 llegué a la Aldea de Granada con mis tres hermanos menores. Con ellos y junto a otros niños y niñas viví en una casa hasta que cumplí los 18. A partir de entonces, pasé a formar parte del Programa de Jóvenes de Aldeas.
En él me dieron la oportunidad de seguir madurando y continuar con mis estudios, ofreciéndome una vivienda, dinero para mis gastos y, sobre todo, el apoyo de los educadores.
La vivienda que se convirtió en mi hogar fue un piso de la calle Fray Leopoldo de Granada, un lugar ideal, totalmente renovado. Allí viví con otros compañeros de mi edad, en unas condiciones inmejorables, y juntos aprendimos a ser más autónomos.
El piso fue un gran soporte, por eso decidí aprovecharlo y con el apoyo de mis educadores me propuse seguir estudiando, formándome y trabajando en mí misma para que en un futuro pueda vivir independiente formando mi propia familia y trabajando en lo que me apasiona.
Desde hace unos años me he emancipado y vivo en un piso de estudiantes. Estudio el grado universitario de Pedagogía y trabajo los fines de semana como camarera, intentando ser cada día más autónoma. Ahora, más que nunca, valoro el apoyo recibido al cumplir la mayoría de edad y la oportunidad que vivir en el piso que nos donó Margarita Carretero ha supuesto en mi vida para conseguir trabajar por alcanzar mis sueños.
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